1. Claridad expositiva.
El escritor al redactar su trabajo empleará un correcto lenguaje en el que la sencillez de las palabras y la claridad en la expresión, permitan al lector captar inmediatamente el mensaje. Para ello, es imprescindible que el autor sea consciente de qué y para quién escribe, procurando hacerse entender por cualquier inteligencia media., El escritor que rebusca vocablos en el diccionario, guiado por un afán de "snobismo", inconscientemente remite al lector a la misma fuente informativa. Y esto termina por cansar a cualquiera; máxime si la lectura se efectúa por obligación y no por distracción. Recordamos: "Entre dos palabras, la elemental; entre dos expresiones, la más corta". Las palabras pedantes, exóticas o eruditas no encajan en el trabajo intelectual.
2. Reglas éticas:
El escritor, portavoz de algo que cede, al contactar con los demás, ha de ajustarse a unas reglas de convivencia para evitar malas interpretaciones, tergiversación de hechos reales y una merma injusta del concepto de las personas que atentan contra la dignidad. Como normas éticas, citamos: La corrección, la reserva, la objetividad y la moralidad.
La corrección.
Cuide el escritor, sobre todo al mencionar a sus compañeros para alabarlos o decir que no está de acuerdo con la tesis que mantienen, de no ensalzarlos demasiado porque la alabanza exagerada puede ser considerada como la antecámara de la ironía o de la mofa. Tampoco emplee un tono desabrido, poco amable y, en definitiva, descortés, cuando contraríe la opinión del compañero. No añada aflicción al afligido.
La reserva.
Si en nuestro estudio nos ocupamos de asuntos públicos, personalidades políticas o autoridades gubernamentales, etc., seamos discretos. No descubramos lo que a nadie interesa ni "esencias" que pudieran oler mal; máxime , si todo proviene de nuestra apreciación personal. Esto no impide que se oriente, informe y difunda, cuanto pueda ser de interés general. El escritor no puede ignorar el grado de reserva que ampara a ciertos asuntos ni lo que entraña el concepto de "secreto profesional".
La objetividad.
Nuestra peculiar visión de las cosas conlleva consideraciones personales, cuya manifestación preponderante son los adjetivos y los epítetos, que están reñidos con el trabajo intelectual, por dos razones: la primera, porque el investigador escribe por y para un tema en cuestión. Su disertar, elimina el "ego". La segunda, porque éste, aunque redacta, no decide en su nombre. Es el tema o asunto el que le marca las directrices. Esta falta de protagonismo es suficiente para que nuestro trabajo quede revestido de la necesaria seriedad y se eliminen las divagaciones personales, fórmulas sacramentales o arcaicos giros del lenguaje que, insistimos, están reñidos con el trabajo intelectual.
La moralidad.
La propia naturaleza del trabajo intelectual, orientada al bienestar común, impone al escritor que diserte de acuerdo con los preceptos de la sana moral. Esta cualidad afecta directamente al fueron de la conciencia, nos exige formalidades y nos aconseja excluir a cuanto se oponga a este criterio de sana doctrina.
Justicia y cortesía en los juicios
Con frecuencia nos vemos obligados a formular juicios y opiniones del trabajo de otros escritores. A nuestro criterio debe ampararlo la imparcialidad, la cortesía y un ser amable, considerado, respetuoso y cortés,no sólo indultado las equivocaciones del consultado sino con mucho respeto ante sus lapsos. Don Santiago Ramón y Cajal dijo que "antes, pues, de resolvernos a repudiar un hecho o una interpretación comúnmente admitidos, reflexionemos maduramente. Y tengamos muy en cuenta, al formular nuestros reparos que si entre los sabios de dan caracteres nobles y bondadosos, abundan todavía más lo temperamentos quisquillosos, las altiveces cesáreas y las vanidades exquisitamente susceptibles". Con estas precauciones -asegura nuestro autor-, evitaremos en lo posible desdenes sistemáticos hacia nuestra obra y querellas y polémicas envenenadas, en las cuales perderíamos tranquilidad y tiempo, sin ganar pizca de prestigio ni autoridad. Porque en la aprecia-ción de nuestros méritos, sólo se tendrán en cuenta los hechos nuevos aportados, y no la destreza y garbo polémicos. Cuando injustamente atacados, nos veamos compelidos a defendernos, hagámoslo hidalga-mente, esgrimiendo la espada, pero con la punta embotada y adornada, según la imagen vulgar, con ramilletes de flores.
Cita de otros autores
En ocasiones, se considera oportuno que hable alguien en nuestro nombre., Generalmente decimos quién es y tras hacer una llamada de atención, dígito entre paréntesis, aclaramos en el pie de la página, obra, página, editorial, edición, ciudad y año. Si la transcripción es literal y no adaptada, abriremos comillas (") antes y al final de lo que el autor consultado dice. Pero sucede a veces que el consultado también habla en nombre ajeno y cita, a su vez, a dos o tres. Esto implica una serie de entrecomillados y aclaraciones que acaban por confundir al lector. Para evitar esto es aconsejable distinguir, de forma clara. que no hablamos nosotros, y lo conseguiremos así: - Comenzando en punto y aparte la exposición del autor citado y mecanografiando cuanto dice a una interlínea, si nosotros escribíamos a dos, o a dos, si lo hacíamos a una. - Cambiando tipo de letra e incluso márgenes. - "Las citas grandes se efectuarán sin usar comillas" (Oficina Técnica de Proyectos. Escuela Técnica Superior de Ingenieros de Minas de Madrid. Normas para la presentación del proyecto fin de carrera. madrid, octubre 1978)." Es de suponer que siempre y cuando dejemos constancia de no ser nosotros quienes hablamos. En caso contrario, huelga comentar, que nos apropiaremos del pensar ajeno. - Prestemos especial atención al nombre y apellidos correctos de las personas que mentamos. A nadie le gusta que le llamen "Conejo", apellidándose Cornejo.
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